El 3er acogimiento que hemos hecho como familia, fue con una niña de 6 meses.

Tenía un brillo propio, y un enojo más grande que su cuerpo.

Con sólo 6 meses, no hacía contacto visual, y creía que se ¨cuidaba sola¨. No le gustaba que la ¨chineara¨, ella se sentía mejor separada de mi cuerpo. Detestaba que yo le diera el chupón, me lo arrebataba porque ella quería tomárselo como ella sabía. Sola.

Posiblemente, porque durante esos primeros 6 meses de vida, si se cuidó ¨sola¨.

Cuando tenía hambre, lloraba como si hubiera pasado sin comer por 5 horas.

Mis intervenciones eran ¨no estás sola, tienes una casa entera cuidando de ti¨.

Conforme más se lo repetía, de repente, me oí diciéndomelo a mí misma.

Me leyeron una carta que su mamá escribió, iba algo así:

¨Yo quiero que ella sepa que la amo. Tengo solo 15 años, mi mamá me lastimó hasta que tenía 9 años, yo quiero algo diferente para mi hija, y cuando estoy con ella, solo tengo ganas de pegarle. Y aunque no le he pegado, no se como quitarme esta sensación. Creo que ella no esta segura conmigo. Quiero que la cuide alguien que no la lastime¨

Entre esas líneas, a tan sólo 15 años de edad, escuche madurez, escuche amor incondicional, escuche linaje femenino tejido con dolor, escuché una voz que gritaba por romper el ciclo de violencia, haciéndolo de la única forma que le pareció humana. Soltando.

Al soltar; una prima, la abuela paterna y hasta el papá ausente, ¡aparecieron! ¡Todos la querían! El PANI la retiró del lugar de riesgo, para evaluar la mejor opción.

Después de conocer esta parte de la historia, mis intervenciones cambiaron a: ¨todos te aman, mi amor. Tu mamá te ama, tus abuelas te aman, tu papá te ama. Todos te están cuidando de la única forma que saben. Estas segura, eres valiosa, te amamos¨

Se lo repetí tantas veces, que un buen día, se rindió en mis brazos. Suspiró, y soltó. Relajó todo su cuerpo, y pude chinearla, por primera vez se durmió en mis brazos, yo sosteniendo el chupón. Soltó el proceso.

Finalmente, su abuelita paterna tuvo la dicha que seguirla chineando.

Se lo repetí tantas veces que, me lo creí yo también. Me creí que mi mamá me amaba. Que mis abuelas me amaban, que mi papá me amaba. Que todos han cuidado de mi de la única forma que saben. Que estoy segura, soy valiosa y amada.

 

 Desde ese lugar, es que les escribo hoy.